Las
siguientes reflexiones sobre el rezo del breviario, más que leerlas de una sola
vez, es preferible leerlas poco a poco. Lo ideal sería leer una reflexión antes
del rezo de cada hora canónica. En el fondo, estas breves páginas, mejores o
peores, son tan solo un medio para recordarnos a nosotros mismos la
conveniencia de prepararnos para la salmodia.
Se sacaría mucho más fruto del rezo del breviario si
uno dedicase medio minuto a prepararse a ese rezo. Ese medio minuto cambiaría
toda la hora canónica. También será una óptima costumbre guardar unos diez
segundos de silencio al acabar, para meditar un brevísimo momento antes de
retornar al trabajo ordinario.
Durante la misa, cuántas veces me gustaría alargar más la liturgia de la
Palabra: leer más extensamente, meditar más tiempo. En la liturgia de las horas
puedes hacerlo.
Una forma bella de considerar el rezo del breviario es como un modo por el
que se nos concede poder estar más tiempo meditando la Palabra y, además,
repartido a lo largo del día. Y es que la liturgia de las horas es como un tipo
de lectio. Pero la liturgia no es
sólo una lectio, es una lectura y
alabanza a la vez.
La Eucaristía se recibe. La Palabra de Dios también se recibe. Las horas
canónicas son un modo de recibir ese don divino. Escuchamos a Dios en su
Palabra y le hablamos a Dios a través de la Palabra.
La Palabra salva. Salva porque la Escritura es portadora de salvación.
Cierto que lo que salva es la gracia. Pero la Escritura lleva a la gracia. Cada
hora canónica siembra en tu alma al menos una gracia si haces todo con atención
y reverencia.
¿Qué tengo que hacer durante la hora canónica? La acción más simple:
escuchar, ponerme a la escucha, abrir mi ser a la Palabra. También hay que
desechar toda tensión. No se realiza mejor la acción de escuchar por ponerse en
tensión. Hay que aprender a descansar orando, y a orar descansando.
Dios como Maestro durante esa escucha. Nosotros los sacerdotes somos
maestros del pueblo fiel. En cada hora, Él es el Maestro.
El viático era el alimento para el camino. Necesitamos el viático de la
Palabra. La cual es salida de su boca, escrita por su mano. Que la Palabra
penetre en ti. Que la Voz Divina se pose en tu alma.
La Palabra como candelabro de siete brazos que luce. Cristo en el centro,
rodeado por tres brazos que representan a todos los profetas que escribieron
los libros del Antiguo Testamento, y por otros tres que representan a los
apóstoles que escribieron los libros del Nuevo.
Alguien se puede preguntar por qué no hay una lectura de un fragmento del Evangelio en el
breviario. Eso se debe a que el Evangelio, como si de un centro se tratara, se
lee en la santa misa que es el punto culminante de la liturgia. El resto de
horas son los ecos de la misa, del mismo modo que las demás lecturas sagradas
son ecos respecto al Santo Evangelio.
De todas maneras, tanto el Benedictus como el Magnificat
o el Nunc dimitis son cánticos del
Evangelio, y en ese sentido el Evangelio está presente en la liturgia de las
horas. Pero para dejar clara esa centralidad de la misa, alrededor de la cual
giran las horas canónicas, sólo en la eucaristía se leen las enseñanzas de
Jesús.
Esa singularidad de la misa se refuerza en el hecho
de que en las horas son Zacarías, Santa María y Simeón los que proclaman las
alabanzas del Señor. Es decir, no habla directamente Jesucristo, no leemos
partes en las que Jesús hable, por la razón antes indicada.
El
rezo del oficio divino forma parte de tu trabajo sacerdotal. Rézalo:
-con
preparación
-con
pausa
-con
dignidad
-con
concentración
-con
una postura digna
Dejar
de rezar el breviario por el trabajo es un sinsentido, porque el rezo canónico
de las horas es parte del trabajo del sacerdote. Todo sacerdote ha de realizar
ese mínimo de trabajo cultual. E insisto y recalco la palabra “trabajo”.
Nuestro
trabajo como sacerdotes es uno de los pocos en el que nuestra labor consiste en
dedicar unos tiempos a la oración y otros a las labores pastorales. Si nos
dedicáramos sólo a la pastoral, no estaríamos haciendo bien nuestra labor. El
culto divino, la alabanza a Dios, forma parte de nuestras diarias labores, no
se trata de una devoción, de algo que hago porque quiero. Me he comprometido a
la liturgia de las horas al ser ordenado como diácono.
La
liturgia divina conviene que sea rezada a horas fijas y, desde luego, repartidas
durante la jornada para consagrar todo el día a Dios. Alguno puede sentir la
tentación de pensar que el breviario interrumpe su trabajo. Pero hay que
entender que la liturgia de las horas está pensada para interrumpir el trabajo,
porque su misión es que hagamos un parón y elevemos nuestra mente y nuestro
corazón a Dios.
Si
un sacerdote concentrara el rezo de todas las horas canónicas en solo dos
momentos del día, eso supondría no haber entendido su sentido. Conocí a un
presbítero que rezaba todo el oficio al levantarse por la mañana.
Detener
unos minutos el trabajo para ofrecer ese sacrificio de alabanza supone una
diaria manifestación de que lo primero es la alabanza al Creador. Las
prioridades deben estar claras.
Tampoco
es un gasto de tiempo dedicar medio minuto antes de cada hora canónica a
preparar el alma para comenzar a entonar ese cántico divino.
Salmodiar
supone unirse a los coros de los ángeles en su alabanza a la Trinidad. Los
ángeles nos acompañan en el rezo si se lo pedimos.
La
mente y el cuerpo deben unirse a la voluntad en este oficio. También el cuerpo ora,
bien decorosamente sentado, bien arrodillado, haciendo lentamente la señal de
la cruz, respetando los silencios sagrados, participando en esta veneración del
nombre de Dios a través de los textos divinos. La mente debe concentrarse
totalmente en esta tarea.
Cada
Gloria al Padre supone una
glorificación de la Santísima Trinidad. Cada Gloria al Padre es una contestación del alma a lo dicho en el
salmo.
De
cada versículo que nos impacte o en el que se nos abra el entendimiento de una
verdad divina, conviene hacer una pequeña anotación para meditarlo más veces,
pues nada de lo que el Señor nos diga debe ser olvidado, sino que sus gracias
deben ser rumiadas.
Rezar
las partes canónicas a sus horas, supone una consagración de la jornada, el día
se santifica. Santificamos el día, santificando el nombre de Dios.
Cuando
uno está de viaje es preferible rezar el oficio sentado en un coche o en una
plaza con ruidos, que (como hacen algunos) rezarlo todo seguido al comienzo del
día para, como dicen, tener eso resuelto.
La
cuestión no es si disfrutas con el breviario. La cuestión es si realizas bien
el misterio de la sagrada alabanza. Incluso en la mayor de las sequedades, la
salmodia es verdadera oración. El gusto puede faltar totalmente y no por ello
tiene menos fruto.
Si
quieres que la Palabra resuene en tu alma, antes has de hacer el silencio
dentro de las paredes de tu espíritu.
Es
una comunicación de espíritu a Espíritu.
Ora
el cuerpo, ora la mente, ora el espíritu.
Según
sea la preparación, así será el acto de la alabanza litúrgica.
En
presencia de los ángeles y con los ángeles.